Existe una fábula que quizá conozcas y que relata la conversación de un abuelo cherokee, que en una noche estrellada le decía lo siguiente a sus nietos:
– Todo hombre tiene siempre una dura pelea en su interior. Una lucha que hay también dentro de mí. Un combate terrible entre dos lobos. Un lobo representa el miedo, y el otro el amor. El primer lobo encarna la envidia, el rencor, la arrogancia, el victimismo, y pretende ocultar su miedo con agresividad, mintiendo y atacando. El otro lobo también lucha para sobrevivir y se esfuerza por mantener la calma, por ser comprensivo, voluntarioso, bondadoso y amable.
A ésto, los niños respondieron con curiosidad:
– Abuelo, es verdad que están los dos dentro de nosotros, pero, al final… ¿qué lobo ganará?
– ¿Queréis saber cuál de los dos lobos vencerá? Muy fácil. Aquel que tú decidas alimentar.
Algo parecido sucede con los pensamientos y las emociones. A lo largo del día cientos de pensamientos y emociones nos asaltan, la mayoría de las veces sin que nosotros los llamemos, igual que las canciones que suenan en la radio. Pero algunas de estas canciones siguen sonando en nuestra cabeza una y otra vez como si se tratase de un disco rayado. Y en multitud de ocasiones ese soniquete no se corresponde con el de la canción que más nos gusta, sino que es precisamente la canción que nos molesta la que acaba «rayándonos». ¿Por qué? Porque nosotros la alimentamos dedicándole una atención especial.
Los pensamientos y las emociones van y vienen, aparecen y desaparecen según surgen otras cosas, fuera y dentro de nosotros, que reclaman nuestra atención y que generan otros pensamientos y otras emociones. La razón principal por la que algunos de esos pensamientos y algunas de esas emociones se quedan más tiempo, e incluso vuelven con más frecuencia, es que somos nosotros mismos quienes les proporcionamos alimento.
Ese alimento son las historias que nuestra mente repite de forma inconsciente una y otra vez. Y cuanto más las repetimos, más acuden a alimentarse las emociones que viven de ellas. Chade-Meng Tan compara a las emociones causantes de nuestro desasosiego con monstruos a los que no podemos impedir que aparezcan, y a los que no podemos obligar a marcharse. Pero sí podemos dejar de alimentar a cada uno de esos monstruos. Si dejamos de contarle las historias que le sirven de combustible, acabará consumiéndose, y probablemente terminará por marcharse. Puede que vuelva en otra ocasión, pero si sigue sin encontrar alimento, se marchará de nuevo, y si esto se repite, acabará desistiendo de la posibilidad de llegar a ser tu «mascota».
Solo nos falta saber cómo «poner a dieta» a cada monstruo. En realidad es sencillo, aunque llevarlo a cabo no lo sea tanto, y es que como Meng dice, «el monstruo de la cólera se alimenta de historias coléricas». Si nos visita (que lo hará), no lucharemos por echarle de nuestra casa, pero sí resistiremos la tentación de ponerle para picar algunas de esas historias. Seguro que se nos ocurre algo más que hacer mientras él comienza a aburrirse (¡siempre que no sea escuchar las historias coléricas de otros!).
Tampoco tenemos que sentirnos mal por sentir enfado, tristeza o cólera. Sentirnos mal por sentirnos mal, es una forma más de dar de comer a otro monstruo, otra forma de frotarse las heridas contra el suelo. Sentimos lo que sentimos y pensamos lo que pensamos, quizás porque lo necesitamos, porque algo requiere de nuestra atención. Lo atendemos, nos ocupamos de ello si es posible, ¡y ya! Si acaso un chiste sobre nosotros mismos mientras nos sacudimos el polvo.
¡Sin más historias!
si vivimos con ambos lobos solo que somos cada uno de nosotros los que decidimos cual es el lobo que va a interactuar con el lobo del que esta en frente,disfrutemos la vida siempre poniendo especial cuidado el lobo que vamos a relucir
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