Si un árbol cae en el bosque, y no hay nadie cerca para poder escucharlo, ¿hace algún ruido?
La respuesta a esta típica pregunta filosófica parece evidente. Pero la cuestión que pretendo plantear es otra distinta. Si hemos podido escucharlo, ¿cuántas veces hace ruido? También parece evidente, pero en multitud de ocasiones nos empeñamos en que la respuesta no sea una vez.
Igual que con la caída de ese árbol, constantemente suceden cosas a nuestro alrededor que producen ruido en nuestra mente. No se trata solamente de la percepción de cada acontecimiento, sino de los pensamientos que desencadenan en nuestro interior. De hecho, tenemos la capacidad de reproducirlo mentalmente, cuantas veces queramos. Aunque la verdad es que lo repetimos de forma involuntaria, probablemente más veces que de forma voluntaria. Además, cada una de esas reproducciones es una copia cada vez más diferente de aquella primera experiencia. Dependiendo de la valoración que hagamos de ella, es probable que la magnifiquemos o que, si no la consideramos especialmente relevante, vayamos atenuando su intensidad.
El hecho en sí no es la experiencia, pero la valoración que nosotros hacemos depende de cómo nosotros experimentamos lo que sucede. Podemos saber que ha caído un árbol, y puede parecernos un acontecimiento importante, pero el modo en que lo sentimos y el efecto que produce en nosotros dependerá de cómo experimentamos su caída. Sentir el estruendo cerca, ver el efecto de su caída y apreciar el espacio que deja en el bosque hacen que la valoración de la caída de ese árbol sea especial para nosotros. Oír de nuevo ese estruendo, quizás amplificado y distorsionado, volver a “ver” la caída, la polvareda, ver de nuevo ese espacio abierto en el bosque y sentirlo quizás más grande, hace que sintamos la caída de ese árbol de una forma distinta.
Cada una de esas repeticiones contribuirá a que nuestra experiencia sea más positiva (vamos a obtener una buena suma de dinero por la venta de ese árbol a una fábrica de muebles de lujo) o más negativa (llevábamos mucho tiempo luchando por la protección de ese árbol milenario). El caso es que solemos tender a repetir con más frecuencia, precisamente aquellos sonidos que nos hacen más daño. Y no solo eso, los amplificamos y los distorsionamos para magnificar eso de lo que nos quejamos.
Debemos parar ese disco rayado. En ocasiones, será en nuestro interior donde suene más fuerte y donde más daño haga, pero también es posible que ese soniquete a nosotros nos parezca normal, y que sea a las personas que tenemos cerca a quienes les resulte insoportable o incluso doloroso. En ocasiones será necesario dar un golpe al tocadiscos para hacer saltar la aguja y sacarlo de ese bucle infinito, para detener ese diálogo interno dañino y a veces destructivo.
“Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes” – Albert Einstein
Y eso es precisamente lo que hacemos, escuchar una y otra vez la misma canción, pero deseando que las cosas funcionen de forma diferente, con el agravante de que recorriendo ese mismo camino una y otra vez lo que estamos haciendo es dejarlo marcado aun más en el terreno de nuestra mente: estamos fortaleciendo ese camino neural.
La estrategia que propone Anthony Robbins en Controle su Destino es la de, en primer lugar, interrumpir la pauta limitadora. Esto es, golpear el tocadiscos haciendo algo inesperado, cuanto más sorprendente mejor, justo en el momento en el que la misma canción vuelve a sonar: si estás sentado salta, si estás caminando siéntate en el suelo, si estás hablando ¡cállate! (o canta), si estás en silencio ¡chilla! (o canta), si te han increpado, y lo que sueles hacer es responder airadamente,…
El siguiente paso es diseminar el camino neural. Él propone una técnica de visualización en la que se caricaturiza la experiencia, a los protagonistas, incluido a uno mismo, acelerando y rebobinando la escena como si de una película cómica se tratase. Con ello busca enturbiar el viejo camino para hacer cada vez más difícil volver a recorrerlo como antes. En realidad, no necesitamos ninguna técnica nueva, porque ya tenemos la nuestra: se llama sentido del humor. Y precisamente nosotros sabemos reírnos y hacer chistes de nosotros mismos, ¿no?
Por supuesto existen más vías o técnicas para conseguir detener ese auto-habla negativo, como la visualización, o práctica imaginada, pero cabe destacar aquellas relacionadas con las técnicas de relajación y respiración. Seguramente tenemos mucho que aprender de las culturas orientales, pero tampoco es nada nuevo para nosotros, aunque quizás sí un tanto olvidado. Todos sabemos como desconectar y relajarnos, y leer, salir a pasear, observar el movimiento de las nubes, los árboles, las olas, los animales, escuchar los sonidos del campo, incluso los de la ciudad, o saborear un café, pueden servirnos para acallar a ese viejo cascarrabias que tenemos metido en la cabeza, tanto como puede hacerlo la meditación.
De nuevo, lo más sencillo suele ser lo que más puede llegar a ayudarnos: pararse, respirar, reírse.
Buenisimo, el articulo, mi unica duda es como encontrar ese momento q estas en bucle,y decides cambiar el chip
Supongo que te refieres a cómo ser capaz de hacer ese alto.
Sé que muchas veces no es fácil, pero como decía, es posible. Relajación, meditación, o simplemente buscar formas de cambiar el foco de nuestra atención, preferiblemente con actividades que requieran de la utilización de nuestras habilidades y fortalezas, de concentración, y que sirvan para proporcionarnos satisfacción con cada pequeño logro al que nos conducen.
Muchas gracias kiko.
Un abrazo!
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