El otro día iba conduciendo por la ciudad y me di cuenta de algo que había logrado sin ni siquiera proponérmelo. Paré en un semáforo y miré al conductor del coche que había detenido a mi derecha. En realidad se trataba de una conductora. Era una señora de unos 55 años de edad, bien vestida y bien arreglada, puede que maquillada en exceso. A pesar de ello, su aspecto no era agradable. Parecía enfadada. Más que enfadada, daba la impresión de tener un carácter un tanto brusco. Cuando el semáforo se puso en verde, antes de arrancar, la volví a mirar brevemente. Su agria expresión no había cambiado ni un ápice.
Lo que pensé en ese momento fue que cómo podía alguien mantener semejante estado de enfado de forma continuada. Está claro que no fueron nada más que unos segundos, y probablemente el aparente enojo de esa señora no le durase más que un rato. Pero lo que a mi me chocó y me hizo pensar fue el hecho de que se mostrase enojada en ausencia de las circunstancias que podrían haber provocando ese estado. Desde luego que sus razones tendría, pero las razones no parecían estar presentes, y a pesar de ello seguía enfadada. Quiero decir que las razones de su enfado estarían únicamente en su mente.
Un Objetivo: Extrañarse del Enfado
El logro personal al que me refería al principio es el de la extrañeza ante el estado de enfado de los demás, al menos de aquel que no va acompañado en ese preciso instante de la causa podría haberlo provocado. Esto es algo que hace un tiempo no me habría llamado la atención lo más mínimo, seguramente porque sería algo normal en mi mismo. Entiendo que es normal enfadarse, aunque seguro que también podemos hacer algo al respecto, al menos en lo referente a la importancia de las razones por las que lo hacemos y a la frecuencia con la que lo hacemos. Lo que quizás no es tan normal es cargar en la mochila los motivos de nuestros enfados. ¿Por qué no dejamos las cosas en su sitio?
Mi sobrina me dice que yo nunca me enfado. Yo le digo que sí que lo hago. Lo que pasa es que estando con ella ninguna de las cosas que podrían disgustarme merece más la atención que el que los dos nos lo estemos pasando bien. El caso es que mis enfados no tiene sitio estando con mis sobrin@s, y el verdadero logro es que cada vez tienen menos sitio fuera del lugar donde se originaron. Espero que también lo tengan cada vez menos precisamente ahí donde se originan, precisamente para no tener que cargarlos en la mochila. No es fácil.
¿Una Alarma Cegadora?
Insisto en que creo que es normal enfadarse alguna vez. Es una forma de detectar cuando hay algo que necesita un cambio. El problema surge cuando detrás del enfado no viene el cambio oportuno por nuestra parte, aunque simplemente sea de actitud si es que no podemos actuar convenientemente sobre la causa, y detrás del enfado solo viene más enfado. Entonces deja de ser una señal de alarma y se convierte en una luz cegadora. Ni necesitamos que la luz de alarma sea exageradamente brillante ni necesitamos que siga encendida una vez que hemos captado su mensaje. Lo que necesitamos es ser capaces de encontrar la mejor solución posible. Y por supuesto, lo que no necesitamos es cegar también a los demás contagiándoles nuestros cabreos.
Relacionado con esto está el tema de a quienes creemos que van dirigidas las señales. Muchas veces buscamos que las señales de enfado sirvan para influir en el comportamiento de los demás, por ejemplo, para corregir el comportamiento de los hijos, alumnos, empleados,… Se trata del típico, “no me hagas enfadar”. Y si esa es la fuerza principal de nuestras correcciones, eso es precisamente lo que obtenemos, resultados que se basan principalmente en el miedo al enfado. Lógicamente, cuando ese miedo no está presente, el resultado tiende a parecerse a los resultados anteriores. Y a mayor exigencia, mayor debe ser el enfado. Lo malo es que la primera persona en sufrir las consecuencias del enfado, aunque no la única, es uno mismo, sobre todo si el enfado se convierte en un estado habitual.
El primer destinatario de las señales es también uno mismo, así que es muy importante hacer un esfuerzo por entender lo que nos quieren decir. No es nada fácil, pero hay que hacer el esfuerzo. En cuanto a lo de utilizar el enfado como señal hacia los demás, quizás habría que pensar en otras alternativas menos dañinas y con efectos más a largo plazo, pero en todo caso, utilizarlo con moderación, con mucha moderación.
El Momento de Tomar Perspectiva
La clave de todo esto es el por qué llega uno a plantearse que debe cambiar algo. Supongo que llega un momento en el que hay algo que le hace a uno reflexionar acerca de lo que está obteniendo, y si existe alguna forma de obtener algo mejor de cada circunstancia. En uno de sus libros, el psicólogo Martin Seligman mencionaba una anécdota sobre como su hija Nikki le hizo abrir los ojos.
Al cumplir 5 años, Nikki se había propuesto no volver a lloriquear. Un día Martin le gritó porque le estaba distrayendo de sus quehaceres. Al cabo de unos minutos Nikki volvió y le dijo a su padre que dejar de llorar era lo más difícil que había hecho en su vida, pero que si ella había sido capaz de dejar de lloriquear, él podía dejar de ser un cascarrabias. Del mismo modo, puede ser alguien o algo lo que nos permita ampliar la perspectiva de las cosas, y a partir de ese momento podremos empezar a plantearnos una forma distinta de valorar lo que sucede a nuestro alrededor, y una forma distinta de enfocar nuestras energías.
Se trata de una cuestión de enfoque, primero para ser capaces de darnos cuenta de lo que estamos haciendo y lo que obtenemos de nuestros enfados. Y segundo, para ser capaces de mantenernos atentos a esas señales de alarma y actuar de forma inteligente y no convertirnos simplemente en unos energúmenos al volante. La práctica de la atención a nuestros enfados, va a hacer que cada vez necesitemos menos alarmas y que estas sean menos intensas, por ejemplo, rebajando el enfado a la categoría de incomodidad. Necesitaremos menos porque si “nos conducimos” atentos, necesitaremos realizar menos correcciones, y en caso de que algo pase, no será necesario ningún estruendo para que nos demos cuenta, sino que un simple testigo luminoso, a veces imperceptible para el resto de viajeros, servirá para que actuemos oportunamente.
Entonces, puede que las alarmas desproporcionadas, sirenas, carteles y luminosos exagerados, nos empiecen a resultar sorprendentes, ridículos, o mejor aún, graciosos. Será la mejor señal de que hemos empezado a darnos cuenta de lo innecesario e inútil de esos despliegues emocionales o de los bloqueos que generan, de la sordera y el deslumbramiento que provocan en nosotros y en los demás. Viéndolo con perspectiva y con una pequeña dosis de humor, puede hasta que consigamos reírnos de nosotros mismos y de nuestros refunfuños.
Buenisimo! Este claro mensaje tan enriquecedor viene a mi justo cuando estoy enojado por algo que sucedió hace horas..
Gracias!
Me estoy suscribiendo a tu blog!
Que la Vida Vaya Funcionando!
Abrazo
Fabian
Muchas gracias Fabian,
Espero de verdad que sigan pareciéndote interesantes mis aportaciones, y si es posible, de utilidad.
Un abrazo.
Jorge.
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