¡Debo mejorar! Ese es el propósito. Si quiero conseguir mis metas debo mejorar, aprender de los errores y trabajar sobre mis puntos débiles. Y así es, ¿pero hasta dónde seré capaz de aguantar?¿De dónde sacaré las fuerzas para enfrentarme a tanta oposición?¿Seré capaz de vencer la resistencia que supone aceptar, y después atacar, mis propias limitaciones?¿Y durante cuánto tiempo? Mihaly Csikszentmihalyi, en su teoría del flujo, hablaba del equilibrio entre desafíos y habilidades, y así, lo que deberíamos buscar es no alejarnos en exceso de ese equilibrio: situar los retos y las opciones de cambio a una distancia, al menos asumible. No se trata de renunciar a nuestros sueños, sino de evitar que entre esos sueños y nosotros solo exista un abismo vacío y descorazonador.
Como ejemplo, podemos fijarnos en el sentido que adquieren las evaluaciones de 360 grados que se realizan en muchas empresas. ¡Debes mejorar! Y lo que en principio es un intento provocar el cambio, termina por ser un agobio de críticas llovidas desde todas las direcciones. Se supone que darse de bruces con una realidad distinta a la que tomábamos por cierta, nos hará cambiar. Y si bien debería servir para detectar las discrepancias con el concepto que se tiene de uno mismo, y determinar los aspectos que uno debería modificar, la realidad puede llegar a ser muy distinta, y la respuesta obtenida la de ponerse a la defensiva, la oposición y el rechazo del “desafío del cambio”.
Y ese es uno de los problemas del líder autoritario, del entrenador autoritario, del árbitro autoritario, del jefe autoritario. La imagen agresiva que proyecta no es más que un escudo con el que busca proteger sus propias inseguridades. Entiende las relaciones con los demás como un enfrentamiento fruto de una amenaza, en el que reconocer un error, una debilidad o simplemente ceder parte de la capacidad de decisión se ve como una derrota, cuando dentro de un equipo el verdadero juego no es de suma cero, sino que lo que se busca es una suma positiva.
Por eso es importante crecer desde las fortalezas, porque para que alguien pueda recibir las críticas de forma abierta, con la disposición de utilizarlas para mejorar, primero ha de sentirse seguro. Tendría sentido entonces una evaluación de 360 grados positiva que no sólo complementase la parte crítica, sino que se constituyese en el motor impulsor del cambio deseado. Tiene sentido el “sándwich positivo” en el que la crítica, a ser posible constructiva, se intercala entre el elogio concreto y el aliento. Y tiene sentido el incremento de lo que la psicología positiva denomina “ratio de Losada”, que no es más que la relación entre las frases o acercamientos positivos y los negativos, y que define un mínimo de un 3 expresiones positivas por cada expresión negativa (más específicamente 2,9 a 1) para que las cosas funcionen y haya desarrollo en el caso de las empresas, y de 5 a 1 en el de las parejas.
Y es que solo adquiriendo seguridad en uno mismo se es capaz de deshacerse de los prejuicios, apartar los miedos y preocupaciones, y dejar espacio para la escucha abierta, la valoración positiva de las ideas y aportaciones, e incluso las críticas, realizadas por los miembros del equipo, clientes, competencia,… Solo así se puede crear un espacio de confianza sobre el que pueda fluir la capacidad creativa y constructiva de todo el mundo, incluido uno mismo. Sin esa seguridad, cualquier aportación que no le sirva a uno para reafirmarse en sus anteriores decisiones, será vista como una amenaza, y se tratará de bloquear por todos los medios.
Por eso será mucho más fácil proponer, o proponerse el cambio y la mejora a partir de las fortalezas que uno posee. “Estar en contacto con lo que hacemos bien sustenta la disposición a cambiar”, según dice Martin Seligman. Aumentar la frecuencia de lo que se hace bien e ir ampliando progresivamente el alcance, genera menos resistencia que luchar de frente contra tus propias debilidades. Desde las fortalezas el avance es firme, continuo y sobre todo motivante, y solo será cuestión de tiempo el llegar a abarcar lo que un día fueron debilidades. Avanzar desde las debilidades es posible, pero supone enfrentarse a barreras mucho más altas, y con ello probablemente, a la frustración y al desánimo. Quizás haya momentos en los que sea necesario arrastrarse por el barro para conseguir lo que uno se ha propuesto, pero para vencer la resistencia necesitamos sentir que avanzamos, que somos buenos en algo, y que lo que hacemos nos sirve para progresar. Necesitamos sentir nuestra propia fuerza.
¡Que la fuerza te acompañe!
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