¡Debo mejorar! Ese es el propósito. Si quiero conseguir mis metas debo mejorar, aprender de los errores y trabajar sobre mis puntos débiles. Y así es, ¿pero hasta dónde seré capaz de aguantar?¿De dónde sacaré las fuerzas para enfrentarme a tanta oposición?¿Seré capaz de vencer la resistencia que supone aceptar, y después atacar, mis propias limitaciones?¿Y durante cuánto tiempo? Mihaly Csikszentmihalyi, en su teoría del flujo, hablaba del equilibrio entre desafíos y habilidades, y así, lo que deberíamos buscar es no alejarnos en exceso de ese equilibrio: situar los retos y las opciones de cambio a una distancia, al menos asumible. No se trata de renunciar a nuestros sueños, sino de evitar que entre esos sueños y nosotros solo exista un abismo vacío y descorazonador.
Como ejemplo, podemos fijarnos en el sentido que adquieren las evaluaciones de 360 grados que se realizan en muchas empresas. ¡Debes mejorar! Y lo que en principio es un intento provocar el cambio, termina por ser un agobio de críticas llovidas desde todas las direcciones. Se supone que darse de bruces con una realidad distinta a la que tomábamos por cierta, nos hará cambiar. Y si bien debería servir para detectar las discrepancias con el concepto que se tiene de uno mismo, y determinar los aspectos que uno debería modificar, la realidad puede llegar a ser muy distinta, y la respuesta obtenida la de ponerse a la defensiva, la oposición y el rechazo del “desafío del cambio”. Continuar leyendo