Lucha, huida o parálisis, son las respuestas naturales ante una amenaza. Gracias a ellas hemos logrado sobrevivir a los grandes peligros de la historia: depredadores, animales venenosos, accidentes, catástrofes, invasores, tiranos, delincuentes,… Adelantar las consecuencias de una acción también puede salvarnos la vida, y gracias a esta capacidad hemos evitado resultados catastróficos. Pero esa capacidad de adelantar consecuencias es limitada, y en ocasiones no sólo no hemos evitado las catástrofes, sino que las hemos provocado. El instinto y la intuición pueden avisarnos de un peligro inminente, pero en ocasiones necesitamos estudiar con más detenimiento la información disponible, y ni aún así seremos capaces adivinar lo que acabará sucediendo. Pero el instinto seguirá funcionando, y seguirá diciéndonos que lo desconocido es peligroso.
¿Fallar es peligroso? Puede que sí, y quizás por ello al menos resulta desagradable. Y las consecuencias de fallar pueden ser desastrosas, pero también leves, intrascendentes o incluso favorables si es que la suerte se pone de nuestro lado, aunque no será lo habitual. Por eso nadie quiere fallar. Valoramos las probabilidades de éxito y de fracaso, así como las posibles consecuencias, y entonces decidimos si merece la pena intentarlo. Seguir leyendo